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LA OVEJA EXTRAVIADA

La Oveja Perdida

La Oveja Perdida

LA OVEJA EXTRAVIADA

Mt 18,12-14.

 

 

Dios nos ama siempre, también cuando nos extraviamos

Leemos en EL EVANGELIO (La oveja perdida) una de las parábolas de la Misericordia Divina que más conmueve al corazón humano. Un hombre que tiene cien ovejas - un rebaño grande - pierde una de ellas, probablemente por culpa de la misma oveja, porque se quedó atrás mientras seguían buscando pastos. Y pregunta Jesús:  el pastor, ¿acaso no dejará las otras  noventa y nueve en el monte, para ir a buscar la oveja descarriada? San Lucas recoge estas palabras del Señor: Y cuando encuentra,  contento la pone sus hombros Lc 15,5, hasta  devolverla al redil.

¡Tantas veces Jesús ha salido en nuestra búsqueda, a pesar de nuestras faltas de generosidad y de correspondencia! Y por eso precisamente, ha salido una y otra vez, aunque no lo merecíamos porque nos alejamos siempre por nuestra culpa.

 

Ninguna de las ovejas recibió tantas atenciones como ésta que se había descarriado. Los cuidados de la Misericordia Divina sobre el pecador, sobre nosotros, son abrumadores.

¿Cómo no nos vamos a dejar llevar a hombros del Buen Pastor si alguna vez nos perdemos? ¿Cómo no hemos de amar la Confesión frecuente, donde encontramos a Cristo?

Pues hemos de contar con que somos débiles y por tanto, con los tropiezos. Pero esa misma debilidad, si la reconocemos como tal, atrae siempre la Misericordia Divina, que acude con más ayudas, con más amor. «Jesús, nuestro Buen Pastor se da prisa en buscar a la centésima oveja, que se había perdido. ¡Maravillosa condescendencia la de Dios que así busca al hombre dignidad grande del hombre así buscado por Dios!» San Bernardo

 

Contamos siempre con el amor de Cristo, que ni aun en los peores momentos de nuestra existencia deja de amarnos. Contamos siempre con su ayuda para volver a la buena senda, si la hubiéramos perdido y recomenzar una y otra vez. El nos mantiene en la lucha y «un jefe en el campo de batalla estima más al soldado, que después de haber huido, vuelve y ataca con mas ardor al enemigo, que al que nunca volvió la espalda, pero tampoco llevó nunca a cabo una acción valerosa» San Juan Crisostomo. No se santifica el que nunca comete errores, sino quien siempre se arrepiente, fiado en el amor que Dios le tiene y se levanta para seguir luchando. Lo peor no es tener defectos, sino pactar con ellos, no luchar admitirlos como parte de nuestra manera de ser. Así se llegaría a la mediocridad Espiritual, que el Señor no quiere para quienes le siguen.

 

El amor personal de Dios por cada hombre.

Jesús ama a cada uno tal y como es, con sus defectos; en su amor, no idealiza a los hombres; los ve con sus contradicciones y flaquezas, con sus inmensas posibilidades para el bien y con su debilidad, que tan frecuentemente aflora. «Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo conoce!»  Juan Pablo II y así lo ama. Así nos ama.

¡Cómo entiende Jesús al corazón humano y qué visión tan positiva tiene de su capacidad! «El ojo de Jesús sabe mirar a través de los velos de las pasiones humanas y penetrar hasta lo íntimo del hombre, allí donde está solo, pobre y desnudo». K. Adam (Jesucristo)

Él nos comprende siempre y nos anima a seguir luchando en todas las situaciones. ¡Si pudiéramos darnos cuenta del amor personal de Cristo por cada hombre, de sus atenciones, de sus desvelos!

 

El Señor nos ama; ésta es la suprema realidad de nuestra vida la que es capaz de levantar nuestro espíritu en todo momento, lo que nos hace estar alegres, por encima del dolor y de la  contrariedad. Jesús nos ama siempre, a pesar de ese fondo de miseria que se encuentra en el corazón humano.

«Este a pesar de todo" hace su amor tan incomparable, tan único tan maternalmente tierno y generoso, que permanecerá inscrito para siempre en el recuerdo de la humanidad. Su amor a la humanidad es muy distinto del que pregonizan los pensadores y filósofos. No es pura doctrina, sino vida, más aún un sufrir y morir con los hombres. No se contenta con examinar la miseria humana y luego buscar los remedios para aliviarla. Si no que Él mismo se pone en contacto con dicha miseria. No se soporta conocerla sin tomarla sobre sí. El amor de Jesús traspasa los límites de su propio corazón para atraer hacia sí al prójimo, o mejor dicho, para salir de sí mismo, identificándose con los demás para vivir y sufrir con ellos».

 

Llama a los hombres con los títulos de hermano y de amigo y une a su suerte tan íntimamente con la de ellos que cualquier cosa que se haga por otro, por Él se hace Mt 25, 40. Constantemente nos dice en su palabra, que sentía compasión del pueblo Mc 8, 2 (Mt 9, 36; 14, 14). Tenía compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor Mc 6, 34.

Le conmueven siempre la desgracia y el dolor. No puede decir no cuando clama el dolor, aunque sea el de una mujer pagana como la sirofenicia Mc 7, 26. No deja de atender a quienes se le acercan, sin importarle que le critiquen de que quebranta el sábado Mc 1, 21, y está entre publícanos y pecadores, aunque se escandalicen los que se creen buenos cumplidores de la Ley. Ni siquiera su propia agonía le impide decir al buen ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso Lc 23, 43. 

 

Su amor no tolera excepción alguna y no tiene la menor preferencia por una clase determinada. Acoge a ricos como Nicodemo, Zaqueo o José de Arimatea y a pobres como Bartimeo, un mendigo que después de ser curado, le seguía en el camino. En sus viajes le acompañaban a veces mujeres que le servían con sus bienes Lc 8, 3.

Atiende con más prontitud a los más necesitados del cuerpo y sobre todo del alma. Su preferencia por los más necesitados no es excluyente, no se limita sólo a los desposeídos de fortuna a los marginados, pues hay de hecho males comunes en todos los estratos sociales: la soledad, la falta de cariño.

Nuestra vida es la historia del amor de Cristo, que tantas  veces nos ha mirado con predilección, que en tantas ocasiones ha salido en nuestra búsqueda.

Preguntémonos hoy cómo estamos correspondiendo en este momento de la vida a tanto desvelo por parte del Señor: Como nos esforzarnos en recibir con la frecuencia y el amor debido a los sacramentos, si reconocemos a Cristo en la dirección espiritual o al recibir la corrección fraterna, si vemos con agradecimiento la solicitud de quienes en La Comunidad  cuidan de nuestra alma. ¿Sabemos exclamar en esas situaciones: ¡Es el Señor!?

 

Nuestra vida es la historia del amor de Cristo

Jesús me amó y se entregó por mí Gal 2, 20. Ésta es la gran verdad que llena siempre de consuelo. Jesús ama hasta dar su vida y nos quiere como si cada uno fuera el único destinatario de ese amor.

Muchas veces debemos meditar esta maravillosa realidad. - Dios me ama -, que desborda con creces las expectativas más audaces del corazón humano. Nadie, fuera de su Luz Divina, se atrevió a vislumbrar y a reconocer esta sublime vocación de cada hombre. Ser hijos de Dios, llamado a vivir en una relación amistosa, a participar de la misma Vida de las Tres Personas Divinas. Para una lógica chata, parece una ilusión, casi una mentira y sin embargo, es la gran verdad que nos debe llevar a ser consecuentes.

 

Jamás ha dejado Jesús de amarnos, de ayudarnos, de protegernos de comunicarse con nosotros; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud, o en aquellos en los que tal vez cometimos las más grandes deslealtades. Quizá en aquellas tristes circunstancias tuvieron lugar las mayores atenciones del Señor, como nos muestra la parábola que hoy les dejo hermanos para que reflexionemos.  Entre las cien ovejas que componían el rebaño, sólo aquella, la que se extravió fue la que tuvo el honor de ser llevada a hombros por el buen pastor. Yo estaré con vosotros siempre Mt 28, 20, nos dice el Señor en cada situación en todo momento. También cuando vayamos a emprender el último viaje hacia Él.

 

Esta seguridad de la cercanía del Señor debe impulsarnos a recomenzar una y otra vez en la lucha interior, sin dejarnos abrumar por las experiencias negativas, por nuestros defectos y pecados. Cada momento que vivimos es único (Hagamos de cada momento una vida y de nuestra vida un solo momento) y por tanto bueno para recomenzar, porque, como se lee en el libro del Deuteronomio:  El Señor avanzará ante ti. Hermano Él estará contigo: no te dejará ni abandonará. No temas ni te acobardes Dt 31,8. Deja ya de pelear con El. Déjate ahora abrazar por su Amor Sanador.

 

Durante muchos siglos, la Iglesia ha puesto en los labios de sacerdotes y fieles, al comenzar la Misa, aquellas palabras del Salmo: Me acercaré al altar de Dios. Al Dios, que alegra mi juventud Sal 43, 4 y esto cuando el sacerdote y los asistentes eran jóvenes y cuando habían traspasado ya los años de la madurez. Es el grito del alma que se dirige directamente a Cristo, que se sabe amada y que desea ese amor.

«Dios me ama. Y el Apóstol Juan escribe: "Amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero”. Por si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro ¿Me aman más que éstos?.

 

Es la hora de responder: "¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!", añadiendo con humildad: ¡Ayúdame a amarte más auméntame el amor y llénanos de tu sabiduría, si hemos de ser tus siervos, es preciso que nos hagas humildes, para vivir siempre en El Amor y La Verdad, porque solo La Verdad nos hará libres!».

Son las palabras que nos pueden servir en este día y todos los días, que siempre nos acercarán más a Cristo.

Hermanos Él espera esa correspondencia, El espera que nosotros le pidamos todas estas cosas y con seguridad él nos las dará. Yo soy testigo de que DIOS nunca falla, somos nosotros los que le fallamos pero a pesar de todo ello él nos AMA, porque somos su obra y EL jamás hará nada, que no sea para el bien de nosotros mismos. Pruébenme nos dice en su palabra, empecemos ahora y nuestra vida cambiara.

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